viernes, 14 de octubre de 2011

ISABEL DE OJEDA



Doña Isabel la India de Coquivacoa es una de aquellas de cuya belleza hablan admirativamente los primitivos cronistas, y a quien abre su corazón, desde el primer instante el descubridor Alonso Ojeda.NComo hemos dicho, una india de Coquivacoa a la que puso el nombre de Isabel, le cautivó con su belleza y a ella se aficionó llevándola a España y trayéndola nuevamente a Venezuela en su segundo viaje, para facilitar con su medio la comunicación con los indios. Isabel es la primera aborigen de la región de Coquivacoa, de quien pueden darse detalles, ya que fue ella la que el mismo día del descubrimiento cautivó el corazón del famoso descubridor, del "Caballero de la Virgen" y le fue fiel hasta la muerte. Era Isabel según los datos dispersos que de ella han quedado, una india bella, alta, de porte distinguido, esbelta, de color trigueño claro, para quien no hubo más Dios sobre la tierra que Alonso de Ojeda. Donde quiera que el gran conquistador estuvo, allí estuvo ella: sumisa y amorosa, echada a sus pies, la maravillosa india, plena de belleza y plena de amor hacia él, le endulzaba la agitada vida aventurera, compartía con él las vicisitudes de la guerra y le servía de intérprete en las diversas tribus a las que Ojeda trataba de sojuzgar. En España la admiraron por su físico y por sus cualidades de tener una devoción hacia Ojeda, de quien nunca se separaba.
Allá en la Corte él la cubría de sedas costosas y la hizo trocar su desnudez por el traje de las mujeres europeas. Usaba la célebre mantilla con mucho donaire, que daba gran realce a su belleza, y de mantilla la vieron todavía en Santo Domingo cuando allí vivió con Ojeda. Este, pródigo siempre, gastó en la persona de Isabel las mejores telas y muy preciadas joyas. La amaba verdaderamente, y así cuando ella cumple alguna de sus comisiones en la región del Lago y él tiene que quedarse en Santa Cruz, envía al piloto Juan López, en la carabela "Magdalena" y le previene que navegue costa a costa el "Cabo de La Vela" donde permaneceréis siete u ocho días por amor a Isabel. Y ella en todo momento corresponde ampliamente. Salvándole la vida en más de una ocasión.
Ella fue la que le pidió oportunamente socorro cuando Ojeda se ahogaba al cometer la tenacidad de fugarse de la carabela en que se hallaba preso en Santo Domingo. Con grillos y cadenas, en el colmo de la audacia, se lanzó al agua durante la noche, confiando en su destreza en la natación, y solo Isabel le salva de irse a fondo por el peso de los hierros que le tenían prisionero. El héroe se hallaba hambriento, sediento, moribundo y abandonado en los manglares traicioneros y es ella la que tras continúa búsqueda y esfuerzos heroicos, lo rescata de su muerte segura, cuando era el único sobreviviente del desastre del Golfo de Urabá donde hoy se levanta Cartagena. Fue el inmenso amor de Isabel el que le revivía a fuerza de caricias y lo volvía a la vida. Como si fuera su propia sombra, Isabel seguía a Ojeda a España, Santo Domingo, a Urabá, a la fundación de San Sebastián, donde quiera que él puso su planta de valiente conquistador.
Ya en Santo Domingo, escribía sus memorias el descubridor de Coquivacoa, a la luz de un candil, en humilde choza, careciendo de toda clase de recursos, memorias que desgraciadamente desaparecieron. Y mientras escribía, Isabel y sus tres hijos, acurrucados a sus pies, lo contemplaban como un Ser Superior.
La noble india Isabel hermosa heroína de Coquivacoa presiente que se acerca el ocaso de su amo y compañero por quien todo lo ha dado, y es ella misma que con su mirada triste y perdida en la lontananza mira el relámpago del Catatumbo y pide a Dios le conserve fuerzas para acompañarle a su lado hasta el momento de su muerte.
Ojeda sintiendo el cansancio de la vida y en busca de relaciones acordes con su personalidad, frecuentó allí el convento de San Francisco, entre cuyos frailes había algunos que habían sido sus antiguos compañeros de armas y de descubrimiento. Si no se hizo religioso franciscano, fue por amor a su esposa a la que no quería abandonar, y por aquel orgullo indómito que durante toda su vida fue distintivo en la lucha por la gloria. Pero tratando de dominar su orgullo, pidió a los padres que cuando muriera le enterraran en la iglesia del Convento y le pusieran una sencilla lápida que dijera "Aquí yace Alonso de Ojeda el desgraciado". Pero todavía dominó más su orgullo, y cuando a la noticia de su muerte, acudieron los religiosos a su choza miserable, encontraron una carta en la que pedía que no le pusieran ninguna lápida y que se le enterrara a la entrada del templo, para que todo el que entrara o saliera lo pisara. Así abatió él mismo su orgullo indomable.
Sus hijos se perdieron para la historia y nada quedó del descubridor del Lago, de aquel "Caballero de la Virgen" que un día fuera honor de conquistadores y orgullo indómito de la época del descubrimiento
A Isabel, siempre fiel, se le encontró un día al amanecer echada sobre la tumba. ¡Al querer levantarla los franciscanos, vieron que estaba muerta!


Tomado de : Heroínas Venezolanas
Edición de la Imprenta Nacional
Caracas, Junio de 1961

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