viernes, 14 de octubre de 2011

PRINCESA ZULIA




La Princesa Zulia
Zulia es nombre aborigen: En efecto correspondió a la identidad de una princesa de nación motilona, hija del Cacique Cinera que gobernaba una extensa región que abarcaba las geografías de los actuales municipios de Arboledas, Cucutilla, Salazar, San José de la Montaña, Gramalote del Departamento Norte de Santander, en Colombia. En esas tierras habitaban parcialidades indígenas que se distinguían con los nombres de Balagáes, Rábicas, Ikotas, Mogarontos, Iskatóques y Mutiscuas.
La princesa Zulia era muy conocida entre los pueblos aborígenes de la región, por la elegancia de sus formas y la belleza física y espiritual que adornaba su persona. Nada tiene de raro esa belleza, pues los europeos que llegaron con Alonso de Ojeda en 1499 y los que vinieron con Ambrosio Alfínger en el año 1529, afirmaron que las hembras de la cuenca lacustre eran las más hermosas mujeres que habían visto en su vidas. Los antiguos cronistas nos dicen que Zulia era de estatura de gran esbeltez y su cintura cimbreaba como el tallo de las palmeras de su tierra al ser acariciadas por el viento. Pero dicen también que era una mujer de temple formidable y de un valor a toda prueba.
Aquellos pueblos vivían en completa armonía y tranquilidad, dentro de la paz ancestral que disfrutaban. Pero a partir de 1533, con la presencia de los soldados europeos, comandados pro Ambrosio Alfínger, se alteró el sosiego. Las amenazas de guerra estuvieron a cada instante incomodando esas gentes; por lo cual pidieron al Cacique Cinera, padre de Zulia, que aceptara ser el jefe de una confederación de tribus, para enfrentarse a los invasores de raras vestimentas y con armas que vomitaban fuego, porque esa presencia era un peligro para todos los aborígenes.
Cinera aceptó y, entonces, se constituyó en verdadero conductor de pueblos: concilió, dialogó, orientó, reorganizó, etc. En este ambiente se formaría tiempo después, Zulia, nacida en el año 1538: ella seguiría el camino de lucha en que estaba empeñado su padre.
Y fue creciendo en estatura, belleza y sagacidad. Cuando llegaron los años de su primera juventud, con las enseñanzas de su padre, se presentaba como hábil negociadora y guerrera estratégica. Por ello, para reforzar la amistad y la ayuda de todas las parcialidades indígenas, su padre Cinera, la escogió como su representante para que parlamentase y negociase con los diversos jefes de la tribu y concertase con ellos las estrategias defensivas y ofensivas contra el enemigo común de sus hermanos de raza. Ella cumplió exitosamente el encargo y regresaba al lado de su padre a darle cuenta de sus actuaciones.
Diego de Montes y sus soldados habían salido en expedición, buscando un fácil camino que enlazase a Pamplona con Santa Marta; chocaron con las huestes aborígenes y en lucha sangrienta murió Cinera; Zulia al llegar a su lugar habitual conoció la muerte de su padre.
Indagó el lugar donde cayó sacrificado en defensa de su raza y, con las ceremonias de costumbre, con que su nación honraba y sepultaba a sus hombres principales, sepultó a su padre. Pronto se rodeó de un numeroso ejército de soldados aborígenes, de valor comprobadamente temerario: ellos siguieron a su princesa incondicionalmente y juraron seguir sus órdenes para luchar hasta morir en defensa de sus derechos.
En una de sus expediciones bélicas llegó Zulia con sus soldados a las tierras de los cúcutas, en las que gobernaba el Cacique Guaimaral, un príncipe proveniente de tierras lejanas e hijo de un legendario guerrero de nombre Marac: Guaimaral había llegado a los dominios del Cacique Cúcuta, señor de las naciones urumáes, tonchaláes y cúcutas. Se hizo querer por este viejo y valeroso guerrero por su conducta y dotes personales, entonces le hizo su hijo adoptivo y luego su sucesor.
Guaimaral había venido a estas regiones cucuteñas, desde la tierra de su padre Marac, navegando por el río conocido hoy como Catatumbo y también por el rió Zulia, como se conoce en la actualidad.
Con Guaimaral hizo contacto la princesa Zulia. Él le dio todo su apoyo y los ejércitos se dividieron en dos grandes escuadrones: uno bajo el mando de Zulia y otro bajo el mando de Guaimaral.
Ambos batallones se lanzaron en la lucha contra los europeos y cayeron sobre una población que estaba recién fundada: Salazar de las Palmas, fundada por Diego de Montes en el año 1553. En ese ataque murieron casi todos los habitantes de ese pueblo y aparentemente quedaron en paz los aborígenes: tiempo de descanso en las armas que tanto Guaimaral como Zulia lo aprovecharon para unirse en matrimonio.
Se establecieron en el poblado Cúcuta, que había recibido el nombre del Cacique y que se levantaba a la orilla derecha del río que luego se llamaría Pamplinita.
Con el matrimonio se reforzó la federación de tribus; pero el descanso y la tranquilidad poco duraron, pues la destrucción de Salazar y la muerte de sus habitantes blancos, contrariaron al fundador de Pamplona, capitán Ortún de Velazco, quien envió contra los soldados indígenas de Guaimaral y Zulia al capitán Pedro Alonso y su teniente Juan Trujillo, con soldados muy bien armados. Estos en 1561 salieron en plan de guerra contra los habitantes de las tierras cucuteñas, incendiando a su paso las viviendas aborígenes y asesinando a sus moradores.
Zulia, conocedora del desplazamiento de esas tropas por la vía de Salazar, salió contra ellas, quedando Guaimaral en las tierras de su dominio preparándose para la defensa. Los europeos llegados a Salazar chocaron con los soldados indígenas dirigidos por Zulia: los atacaron ferozmente y dieron muerte a casi todos los aborígenes, incluyendo a la princesa Zulia. Esto sucedió en la segunda mitad del año 1561
Al conocer Guaimaral la muerte de su esposa, enloqueció de dolor y sin dirección ni esperanza, tomó rumbo hacia el norte, tal vez buscando la tierra de sus mayores. Pero la vorágine de la selva se tragó a este valeroso guerrero.
Por los siglos, el nombre y recuerdo de la princesa Zulia se mantendrá en el corazón de las gentes, pues con esa identificación se conocen las tierras lacustres, cuando se denominaron por primera vez Departamento de Zulia, en la organización que decretó el Libertador para la República de Colombia, de la cual formaba parte la vieja provincia de Maracaibo.


Historia Basica del Zulia, Libreria Editorial Salesiana

ISABEL DE OJEDA



Doña Isabel la India de Coquivacoa es una de aquellas de cuya belleza hablan admirativamente los primitivos cronistas, y a quien abre su corazón, desde el primer instante el descubridor Alonso Ojeda.NComo hemos dicho, una india de Coquivacoa a la que puso el nombre de Isabel, le cautivó con su belleza y a ella se aficionó llevándola a España y trayéndola nuevamente a Venezuela en su segundo viaje, para facilitar con su medio la comunicación con los indios. Isabel es la primera aborigen de la región de Coquivacoa, de quien pueden darse detalles, ya que fue ella la que el mismo día del descubrimiento cautivó el corazón del famoso descubridor, del "Caballero de la Virgen" y le fue fiel hasta la muerte. Era Isabel según los datos dispersos que de ella han quedado, una india bella, alta, de porte distinguido, esbelta, de color trigueño claro, para quien no hubo más Dios sobre la tierra que Alonso de Ojeda. Donde quiera que el gran conquistador estuvo, allí estuvo ella: sumisa y amorosa, echada a sus pies, la maravillosa india, plena de belleza y plena de amor hacia él, le endulzaba la agitada vida aventurera, compartía con él las vicisitudes de la guerra y le servía de intérprete en las diversas tribus a las que Ojeda trataba de sojuzgar. En España la admiraron por su físico y por sus cualidades de tener una devoción hacia Ojeda, de quien nunca se separaba.
Allá en la Corte él la cubría de sedas costosas y la hizo trocar su desnudez por el traje de las mujeres europeas. Usaba la célebre mantilla con mucho donaire, que daba gran realce a su belleza, y de mantilla la vieron todavía en Santo Domingo cuando allí vivió con Ojeda. Este, pródigo siempre, gastó en la persona de Isabel las mejores telas y muy preciadas joyas. La amaba verdaderamente, y así cuando ella cumple alguna de sus comisiones en la región del Lago y él tiene que quedarse en Santa Cruz, envía al piloto Juan López, en la carabela "Magdalena" y le previene que navegue costa a costa el "Cabo de La Vela" donde permaneceréis siete u ocho días por amor a Isabel. Y ella en todo momento corresponde ampliamente. Salvándole la vida en más de una ocasión.
Ella fue la que le pidió oportunamente socorro cuando Ojeda se ahogaba al cometer la tenacidad de fugarse de la carabela en que se hallaba preso en Santo Domingo. Con grillos y cadenas, en el colmo de la audacia, se lanzó al agua durante la noche, confiando en su destreza en la natación, y solo Isabel le salva de irse a fondo por el peso de los hierros que le tenían prisionero. El héroe se hallaba hambriento, sediento, moribundo y abandonado en los manglares traicioneros y es ella la que tras continúa búsqueda y esfuerzos heroicos, lo rescata de su muerte segura, cuando era el único sobreviviente del desastre del Golfo de Urabá donde hoy se levanta Cartagena. Fue el inmenso amor de Isabel el que le revivía a fuerza de caricias y lo volvía a la vida. Como si fuera su propia sombra, Isabel seguía a Ojeda a España, Santo Domingo, a Urabá, a la fundación de San Sebastián, donde quiera que él puso su planta de valiente conquistador.
Ya en Santo Domingo, escribía sus memorias el descubridor de Coquivacoa, a la luz de un candil, en humilde choza, careciendo de toda clase de recursos, memorias que desgraciadamente desaparecieron. Y mientras escribía, Isabel y sus tres hijos, acurrucados a sus pies, lo contemplaban como un Ser Superior.
La noble india Isabel hermosa heroína de Coquivacoa presiente que se acerca el ocaso de su amo y compañero por quien todo lo ha dado, y es ella misma que con su mirada triste y perdida en la lontananza mira el relámpago del Catatumbo y pide a Dios le conserve fuerzas para acompañarle a su lado hasta el momento de su muerte.
Ojeda sintiendo el cansancio de la vida y en busca de relaciones acordes con su personalidad, frecuentó allí el convento de San Francisco, entre cuyos frailes había algunos que habían sido sus antiguos compañeros de armas y de descubrimiento. Si no se hizo religioso franciscano, fue por amor a su esposa a la que no quería abandonar, y por aquel orgullo indómito que durante toda su vida fue distintivo en la lucha por la gloria. Pero tratando de dominar su orgullo, pidió a los padres que cuando muriera le enterraran en la iglesia del Convento y le pusieran una sencilla lápida que dijera "Aquí yace Alonso de Ojeda el desgraciado". Pero todavía dominó más su orgullo, y cuando a la noticia de su muerte, acudieron los religiosos a su choza miserable, encontraron una carta en la que pedía que no le pusieran ninguna lápida y que se le enterrara a la entrada del templo, para que todo el que entrara o saliera lo pisara. Así abatió él mismo su orgullo indomable.
Sus hijos se perdieron para la historia y nada quedó del descubridor del Lago, de aquel "Caballero de la Virgen" que un día fuera honor de conquistadores y orgullo indómito de la época del descubrimiento
A Isabel, siempre fiel, se le encontró un día al amanecer echada sobre la tumba. ¡Al querer levantarla los franciscanos, vieron que estaba muerta!


Tomado de : Heroínas Venezolanas
Edición de la Imprenta Nacional
Caracas, Junio de 1961

ANA MARÍA CAMPOS



La heroína Zuliana nace en Puertos de Altagracia, hija de Don Domingo Campos y Doña Ana Maria Cubillán. Es decidida por la Independencia desde pequeña. Durante los años de su infancia y de su adolescencia vive junto a los suyos los días y las noches ardidas de heroísmo, radiantes, generosos plenos de sangre y de lágrimas que parecían no agotarse jamás. La casa de Ana Maria Campos es el puerto de salvación, el asilo seguro para reuniones patrióticas; allí, entre sus cuartos estrechos se reúnen para organizar la resistencia, para buscar prosélitos a la libertad. La muchacha gentil, en plena floración de su juventud, valiente, generosa, se ofrece en su ayuda: ella también es venezolana. Y se da una y otra vez en la obra generosa de ayuda, colaborando en la organización de los patriotas, dejando oír su voz en las reuniones clandestinas, ¿por qué no? No era ella una venezolana? ¡Que importa que sea mujer!
Y fue en una de estas reuniones clandestinas que dejó escapar de sus labios la frase inmortal que debía llevarla al martirio: “si Morales no capitula, monda“. El capitán Francisco Tomás Morales, Gobierna en Maracaibo y persigue a los patriotas con ensañamiento. Conducida prisionera ante el mismo Morales no se desanima Ana Maria ¿había medido ella la gravedad de su situación cuando ocurrió las calles que la separaban de su casa a la del tirano? En su propia presencia explicó las razones que la inducían a creer que si no capitulaba, estaba perdido. Conocedora, por haber compartido ampliamente, del frenesí patriota del amor de su pueblo por la libertad, de su espíritu de sacrificio, no concebía Ana Maria que una vez libertada la patria en su casi totalidad del yugo español, pudiera este hombre cruel y sanguinario arrebatar la gloria a los suyos. Morales, en un gesto de soberbia, sintiéndose humillado por aquella tierna mujercita, ordena que sea vapuleada públicamente, montada en un asno y paseada desnudada por las calle de la ciudad. Y así aparece ante la historia esta zuliana Ana Maria Campos: montada sobre un asno, paseada a lo largo de las calles sintiendo sus carnes rasgarse al golpe del látigo infame.
Fue el negro africano Valentín Aguirre el encargado de descargar con toda su fuerza brutal la mano armada del látigo sobre las carnes de la joven patriota. Ana Maria sintió correr su sangre sin exhalar un gemido, concentrado su voluntad y sus anhelos en la repetición de la tremenda disyuntiva. “Si no capitula, monda”. La risa asquerosa del chacal satisfecho, asiste a la escena. “Si no capitula, monda”. “Si no capitula, monda”…. La frase es repetida hasta la saciedad. A cada latigazo del verdugo sobre sus carnes mayugadas salen de los labios sedientos y amargos: “Si no capitula monda”…No seria extremado asegurar que en los oídos del tirano resonaron esas palabras hasta en sus horas de soledad y de silencio. Creyó Morales, como lo creen todos los tiranos. Que las ideas se matan con el látigo y con las torturas, que quebrantando el cuerpo, las ideas mueren. Y lo que logró fue dar a la Patria venezolana una heroína al poner a prueba una voluntad decidida. Hacer brillar con más alteza la causa de la Libertada y de la Justicia. Parecía que nadie se hubiese dado cuenta del gesto heroico de la muchacha patriota. Las madres aterrorizadas desconocían la razón por la cual las obligaron un día presenciar el espectáculo de una joven arrastrada al suplicio, ignorando la entereza de su gesto. Parecía que todo quedaría en silencio, que nadie sería capaz de recoger su nombre para incluirlo entre los nombres de los héroes de la libertad. Pero el pueblo zuliano había guardado en su noble corazón la imagen de la muchacha torturada y humillada. Para luego exhibirla como un ejemplo de fe y de decisión en las futuras generaciones. Ana Maria Campos está allí en su pedestal que el mismo pueblo le construyó con su sangre generosa: está en sus corazones hoy como ayer, sirviendo de faro luminoso a todas las mujeres y a todas las juventudes que aman la libertad sin claudicaciones, como la amó esta hermosa heroína zuliana. Allí ha quedado esta flor inmaculada, hermosa, virginal, radiante, generosa: Ana Maria Campos está en el Corazón de todos los venezolanos, de todos los hombres y mujeres que aman la libertad y la justicia, sin claudicaciones, como el más hermoso símbolo de la lucha femenina por estos mismos ideales.

Tomado de : Heroínas Venezolanas
Edición de la Imprenta Nacional
Caracas, Junio de 1961